domingo, 24 de octubre de 2010

El misionero jesuita Fernando López hijo predilecto de La Palma (Canarias)

Fernando López Pérez nació en Santa Cruz de La Palma en el año 1960. Vinculado a la parroquia de S. Francisco de Asís. Tras estudiar Física en Sevilla marcha a Paraguay como voluntario e ingresa en la Compañía de Jesús. En Asunción estudia Filosofía y se integra en los Grupos de No violencia Activa contra la dictadura militar, germen de la organización latinoamericana de Derechos Humanos "Servicio de Paz y Justicia-Paraguay".

Jardín Botánico del Puerto de la Cruz

El Jardín Botánico del Puerto de la Cruz es un excelente lugar para disfrutar de unas horas en un entorno tranquilo rodeado de exuberante naturaleza, de plantas y árboles exóticos en pleno centro del Puerto de la Cruz.

Este jardín se construyó por Real Orden de Carlos III en 1.788. Porque se quería cultivar especies de plantas tropicales en el territorio español, y se eligió al Puerto de la Cruz que posee un clima excelente para el cultivo de estas especies. Estas plantas de clima tropical se adaptaron estupendamente en el Jardín Botánico del Puerto de la Cruz.

En aquella época, año 1.790 aproximadamente, se quería saber si algunas especies de gran utilidad que solo crecían en las colonias que España tenía en zonas tropicales podían ser cultivas en otras latitudes, pues se desconocía porque solo vivían en determinados lugares del planeta, por eso el nombre oficial del Jardín Botánico es también Jardín de Aclimatación. Todas estas especies que fueron aclimatadas con éxito aquí, fueron luego llevadas a otras regiones de España, para comprobar si era posible su cultivo, pero en la mayoría de los casos no se consiguió su adaptación.

El Jardín Botánico del Puerto de la Cruz es un lugar ideal para descansar y pasar unas apacibles jornadas rodeadas de árboles y plantas exóticas que nos da la sensación de estar en otro lugar, sin salir del Puerto de la Cruz. Todas las especies que podemos ver en este jardín provienen de otras regiones del mundo, una de las plantas que mas llama atención es el impresionante Picus, con más de 200 años de antigüedad que se trajo de Sudamérica con sus enormes raíces que sobresalen del suelo.

La variedad de especies es muy amplia entre ellas destacamos: pimenteros, árboles del pan, canaleros, tuliperos, orquídeas, cafetales, mangos, etc. Todas estas plantas se han adaptado perfectamente a la isla, lo que demuestra lo bondadoso que son las condiciones y el clima de estas extraordinarias Islas Canarias. En Canarias, como podemos comprobar se puede cultivar tanto plantas tropicales como subtropicales con excelentes resultados.




De la heráldica de Barlovento

El escudo heráldico de Barlovento simboliza los hechos, las devociones y los elementos que tienen un marcado arraigo en la historia de este pueblo del Nordeste palmero. Es un escudo dividido en cuatro cuarteles, que definimos en el lenguaje característico: el primero, de sinople, anagrama mariano de plata.

El segundo, de azur, faro de sable mazonado de plata, con linterna y cinco rayos de oro; y con base de plata y sable, aclarada de sinople. El tercero, de azur, nave cristiana de sable, con portas y tres cruces potenzadas de gules en velamen de oro, sobre ondas de azur y plata. Y el cuarto, de sinople, drago fustado en su color y terrazado al natural.

El escudo lleva bordura de gules, con nueve rosas de los vientos de plata y azur, con el Nordeste de oro, bien ordenadas. Y al timbre, corona real cerrada.

El primer cuartel hace referencia al nombre de Nuestra Señora del Rosario, que es la patrona de la parroquia y del pueblo de Barlovento. Las crónicas históricas dicen que el presbiterio, que es la parte más antigua del templo, data de finales de la década de los años setenta del siglo XVI, en los tiempos en que era una ermita anexa al beneficiado de San Andrés y Los Sauces; mientras que la nave, a partir del arco toral, se levantó a finales del siglo XVII.

Erigida en parroquia mediante real cédula de Felipe IV, de 24 de mayo de 1660, conjuntamente con las iglesias de Puntagorda, Garafía y Tijarafe, con anterioridad -posiblemente por mandato de algún obispo- ya se le daba el citado título, habida cuenta de las anotaciones que figuran en el libro primero de bautismos, que data del año 1581, siendo párroco fray Tomás de Alarcón.

Pequeña en sus comienzos, pero grande en espíritu y en corazón desde el principio, grande también en fe, en ilusión y en esperanza, el templo se reedificó y agrandó en el año de gracia de 1678. En la visita del licenciado Juan Pinto de Guisla se ordenó la reforma de la parte del coro, que amenazaba ruinas, obra para la que el obispo Bartolomé García Ximénez aportó 500 reales. Los vecinos de Barlovento contribuyeron a alargarla con su esfuerzo y entre ellos reunieron más de 7.000 reales y 120 fanegas de trigo, que sacaron del pósito vecinal con la debida licencia.

La iglesia se mantiene fiel al proyecto originario y conserva un retablo de amplias proporciones, de dos pisos y tres calles con seis nichos, que se acabó de construir en 1767 y se reformó en 1871.

La venerada imagen de Nuestra Señora del Rosario es una hermosa talla flamenca con niño, que en opinión del doctor Gerardo Fuentes se veneraba con toda seguridad antes de 1581; desde 1584 existía una cofradía de su advocación y, según apreciaciones de la investigadora Constanza Negrín, la imagen aparece documentada en la iglesia de Barlovento a partir de 1664.

La iglesia es uno de los tesoros arquitectónicos y artísticos del patrimonio insular del arte flamenco del siglo XVI. Alberga otras imágenes de gran valor, como una talla barroca de la Virgen del Carmen de la escuela sevillana, hecha en el taller de Benito de Hita y Castillo; un crucifijo de brazos plegables del siglo XVIII y la imagen de San Cayetano, inserta en el retablo y también de la misma época. La pila bautismal es de barro vidriado de color verde y data del siglo XVII.

El edificio se mantiene fiel al proyecto originario y conserva un retablo de amplias proporciones, de dos pisos y tres calles con seis nichos, que se acabó de construir en 1767 y se reformó en 1871.

Las campanas que llaman a oración, y que tañen en las despedidas terrenales, vinieron desde Cuba y las trajo un indiano llamado Andrés Brito, después de 1866, cuando se abolió la esclavitud. Hasta entonces habían servido para marcar el comienzo y el final de las duras jornadas de trabajo en un ingenio azucarero de la Perla antillana.

El segundo cuartel representa el faro de Punta Cumplida, que está situado en el vértice del Nordeste insular, en la denominada Punta del Engaño o Punta Cumplida. Allí se levanta desde hace 137 años la elegante figura del edificio de una de las obras públicas más importantes del siglo XIX en esta Isla.

El edificio y la torre son los originales y se encendió por primera vez en abril de 1867, aunque de forma temporal, con una lámpara Degrand de aceite de oliva, que más tarde sería sustituida por un sistema de relojería. La torre está hecha en piedra de cantería y mide 34 metros de altura sobre el terreno y 63 metros sobre el nivel del mar. Hasta la cornisa superior se accede por una escalera de caracol, también de piedra, que tiene 158 peldaños.

Batalla de Lepanto
El tercer cuartel representa la Batalla de Lepanto. El pueblo de Barlovento -y la Isla toda- tiene una cita especial: la representación de la épica lucha, acaecida el 7 de octubre de 1571, en la que la Armada cristiana de la Liga Santa formada por españoles pontificios y venecianos al mando del monarca Felipe II, venció a la flota turca de Mehemet Siriko, el virrey de Alejandría, liderada por Alí Bajá.

“Entre el estruendo de cañones, olor a pólvora y tierra mojada -relata María Victoria Hernández- y una polvareda cegadora, los cristianos han conseguido acabar con el poderío de los otomanos de Alí Bajá en el margen izquierdo del barranco del Pilón”. Los espectadores están junto a la Virgen y contemplan la representación desde la otra orilla. En su honor se ha representado la ingenua y tierna batalla de Lepanto, que en Canarias sólo tiene otro ejemplo en Valle de Guerra.


Esta escenificación es una tradición singular en Canarias, que en Barlovento se celebra cada tres años, en el mes de agosto, excepción que se hará el próximo por su coincidencia con las Fiestas Lustrales de Nuestra Señora de las Nieves. Es posible que la lucha contra la piratería que asoló a esta isla durante los siglos XVI y XVII, y a la que Barlovento envió sus mejores vecinos a luchar en defensa de Santa Cruz de La Palma, contribuyera a mantener el arraigo de esta fiesta que puede remontar sus orígenes a comienzos del siglo XVII.

Los turcos, vencidos, yacen heridos y maltrechos entre los matorrales. Las almenas de la fortaleza han sido destruidas por los bríos y la artillería certera de los guerreros cristianos. En el momento de la toma oficial del castillo, como corresponde en tiempos de guerra, se arría la enseña roja con la media luna y se iza la bandera española, que aletea su paño firme al viento.

Hasta la década de los años sesenta del siglo pasado, la fiesta se celebraba en el mes de octubre. Entonces se trasladó a agosto para disfrutar de una mejor climatología. Coincidiendo con el 7 de octubre, onomástica de la Virgen y de la Santa Liga contra los turcos otomanos, se celebraba la fiesta moral, que hoy llamamos de “moros y cristianos”. Un espectáculo bonito, que necesita de largos preparativos, y que está muy unido al nombre de la Patrona, así como a la idiosincrasia de este pueblo, que encuentra en él un interesante signo de identidad.

El cuarto y último cuartel hace alusión a la innegable belleza del notable grupo de dragos antiguos que se encuentran en el caserío de Las Toscas, y que están considerados como uno de los conjuntos de su especie más importantes de Canarias. Ellos representan no sólo una probada longevidad, sino que, además, simbolizan la riqueza agrícola de Barlovento como elemento imprescindible en su subsistencia y desarrollo.

La bordura del escudo corresponde al punto cardinal que representa la posición de Barlovento en la isla de La Palma. Este pueblo es un protagonista indiscutible de la historia insular, desde finales del siglo XV, cuando finalizó la conquista y comenzó el reparto del territorio.

En 1521, el adelantado Alonso Fernández de Lugo dio a Hernán de Alcocer una merced de tierras de mar a cumbre, y a Miguel Martín cien fanegadas de tierra en la Laguna de Regian, que la sembró de yerba pastel y fabricó un ingenio para obtener tinte que luego exportaba a los centros manufactureros de Europa. De ese modo se consolidó el primer núcleo poblacional de Barlovento, que en 1589 tenía alcalde pedáneo en la persona de Domingo Fernández.

El nombramiento de este personaje fue recusado por el Cabildo, al tratarse, según decía, de “hombre soberbio y que trata muy mal a los vecinos de palabras, y con sus ganados les destruye sus sementeras y viñas, y si le echan los ganados fuera, además de decirles palabras feas y afrentosas sin ocasión justa, los molesta y prende; por lo cual y por otras muchas causas que se puedan expresar, no conviene que el dicho Fernández sea alcalde ni haya otro alguno en el dicho término, por estar como está cerca de la villa de San Andrés, de cuya jurisdicción ha sido siempre”.

Los nombres de los caseríos, dispersos desde el nivel del mar hasta las medianías y las estribaciones de la cumbre, evocan a los colonos que se asentaron en este territorio a partir de 1498: Gallegos, Catalanes, Oropesa y la Caleta de Talavera, puerto natural de esta comarca por el que se embarcaban los frutos hasta el primer tercio del siglo XX, y que debe su nombre al conquistador Diego Rodríguez de Talavera.

Después de la conquista y hasta el último tercio del siglo XIX, las grandes haciendas de los mayorazgos de los terratenientes insulares -en manos de las familias Lugo, Viña, Poggio, Van de Walle o Fierro-, extendían sus límites de mar a cumbre. En los primeros tiempos pastaba el ganado y se explotaban los recursos forestales para abastecer la demanda de construcción del núcleo urbano de San Andrés. Luego vino la etapa de la caña de azúcar, roturando los terrenos de la zona baja y desviando los cursos de agua, época en la que los hacendados, no satisfechos con sus ganancias, exigían el pago de un quinto de la producción de trigo, una vez descontado el diezmo.

Barlovento, “extendido hacia el mar todo de tierras de pan con algunas buenas viñas y en esta parte está poblada de hombres honrados”, en el decir del cronista portugués Gaspar Frutuoso, en 1590, nació como municipio en 1812, cuando la Constitución de aquel año otorgó la independencia del Cabildo de la Isla. Se iniciaba, así, una nueva etapa, que no se tradujo en una rápida transformación social.

El estudio de la historia contemporánea se interrumpe en el momento en el que un incendio, acaecido en la noche del 22 de septiembre de 1874, posiblemente intencionado, destruyó el archivo y el inmueble en el que se encontraba y en el que antes había estado el pósito de granos, quedando reducido a escombros.

A comienzos del siglo XX comenzó este pueblo a respirar aires de modernidad, cuando los indianos que habían ido a Cuba regresaron trayendo consigo otras ideas y otras formas de hacer las cosas, y en los jornaleros de las haciendas plataneras había germinado la semilla de la lucha proletaria.

Barlovento era entonces un lugar todavía alejado, con pésimos caminos de herradura, por los que transitaban los vecinos y los viajeros ingleses que se atrevían a recorrer la isla a lomos de caballería. A todos asombraba el paraje de La Laguna, que Juan B. Lorenzo define como “de lo más pintoresco que existe en la Isla”, donde se podían sembrar 60 fanegas de trigo, en 30 a 40 varas de profundidad y más de 500 varas de diámetro (…) “Es muy bonito, cuando la sementera está crecida, ver las ondulaciones que en ella hace el viento principiando por los bordes en derredor y concluyendo en el fondo”.

En los años siguientes llegó la carretera, aumentaron las escuelas, y con ellas el conocimiento, la cultura y despertaron inquietudes. En 1929 se fundó la sociedad “Unión y Recreo”, que desempeñó una labor destacada durante la Segunda República, época en la que se hizo especialmente patente la rivalidad de los seguidores políticos de Alonso Pérez Díaz.

Después de la guerra civil se abrió un paréntesis, en el que se mantuvo la lejanía, hasta que en la década de los sesenta comenzó el resurgir de Barlovento, gracias al apoyo de las remesas de los emigrantes que se fueron a Venezuela y el sentido emprendedor de quienes aquí quedaron, o emigraron a la capital insular, el valle de Aridane o Tenerife, forjando entre todos un nombre y un prestigio hoy plenamente consolidado en el concierto insular.

Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano

Fernando de Magallanes (1480-1521):
Este navegante portugués fue el descubridor del estrecho austral que lleva su nombre, y que comunica los océanos Atlántico y Pacífico. La expedición que lo llevó hasta él dió la vuelta al mundo por primera vez, aunqe murió antes de completar la hazaña. Pertenecía a una noble familia lusitana. Nació en la región de Trás-os-Montes hacia 1480. En 1505 se integró en la expedición de Francisco de Almeida, el primer virrey portugués del lejano oriente, que debía contener el poderío musulmán en Africa y la India. Formó parte de la expedición de Lope de Siqueira que estuvo en Malaca (1509). En el Consejo de capitanes para la conquista de Goa opinó en contra de los planes del virrey y perdió el favor real. El segundo virrey Alfonso de Albuquerque logró una serie de éxitos en su plan de expansión. Atacó Calicut, conquistó Goa (1510), y ocupó Malaca. Como las peticiones y proyectos de Magallanes a Don Manuel el Afortunado eran rechazados, marchó a España para ofrecer sus servicios a Carlos I (luego emperador Carlos V). Según el tratado de Tordesillas, España había adquirido la posesión de las tierras occidentales de América, entonces, los españoles vieron la necesidad de hallar un canal que comunicara los océanos Atlántico y Pacífico a través de América, a fin de utilizarlo en el camino hacia la India evitando la ruta del cabo de Buena Esperanza, que quedaba dentro del dominio portugués. Juan Díaz de Solís había buscado el paso en 1515, los que pudieron regresar de esta expedición se equivocarían al creer haberlo descubierto en el estuario de la Mar Dulce (mar del Plata). Magallanes propuso al Rey emprender la búsqueda de ese canal, proposición que fue aceptada en 1518. El encargo consistía en descubrir una vía que permitiera alcanzar las Islas Molucas, en el Pacífico Sur, ricas en especias. Las capitulaciones firmadas por Magallanes y su compañero Rui Faleiro, preveían que a ellos y a sus descendientes les correspondería el gobierno de todas las tierras que encontraran, además de una vigésima parte de las ganancias que obtuvieran de sus decubrimientos. La corona española proporcionó las cinco naves que realizaron la expedición, las cuales fueron equipadas en el Puerto de Sevilla: la "Trinidad", la "San Antonio", la "Concepción", la "Santiago" y la "Victoria". Sólo esta última sobrevivió a la travesía y de los 250 hombres que emprendieron viaje sólo lo lograron 17.

La búsqueda del paso al mar del Sur:
La expedición partió de Sanlúcar el 20 de septiembre de 1519 y se dirigió al suroeste. Ese año el descubridor del mar del Sur, Balboa, era acusado de traición y ejecutado por Pedrarias Dávila en Panamá. La expedición de Magallanes llegó dos meses más tarde al Brasil. El 13 de diciembre entra en la bahía de Río de Janeiro. Bordeando la costa se adentró por el estrecho que después llevaría su nombre hasta llegar el 21 de octubre a un mar desconocido. La exploración del Mar Dulce convenció a Magallanes de que aquel no era el paso buscado y siguió navegando hacia el sur internándose en cada bahía hasta llegar a San Julián, en Patagonia. Allí tomaron contacto con hospitalarios indígenas de talla alta, que envolvían sus pies en pieles y dejaban grandes huellas al caminar por la nieve. Los llamaron patagones, hoy conocidos como tehuelches. Esperó en San Julián la llegada de la primavera. Tuvo que sofocar una rebelión. Dos de sus cabecillas fueron ejecutados y otros dos abandonados en aquellas frías costas cuando se reinició la exploración. El 21 de octubre llegó al cabo Vírgenes. Un minucioso reconocimiento confirmó que había encontrado el paso. Lo llamó Estrecho de Todos los Santos. Una de sus naves se amotinó y regresó a España. Tardó más de un mes en cruzar las turbulentas aguas del estrecho y encontrar el mar tranquilo al que le dio el nombre de Pacífico. Las naves exploraron el sur de Chile y luego pusieron rumbo noroeste, hacia las Molucas, que suponían cercanas. Pero el viaje se hizo interminable y muy pronto se quedaron sin agua y alimentos. Navegó seis meses hacia el oeste hasta anclar en el archipiélago de Guam donde pudo aprovisionarse.

Filipinas. Mapa portugués Filipinas:
Empujada por los alisios, la expedición arribaría doce días más tarde a unas islas reverdecientes de luminosas playas, en donde los indígeneas congregados saludaban amistosamente. Magallanes puso el ancla en Cebú y tomó posesión de las islas en nombre del rey de España. Aquel día 16 de marzo de 1521, las futuras islas Filipinas recibirían el nombre de San Lázaro. En la jornada del 14 de abril bautizaron a un millar de indígenas, empezando por su jefe, Humabón. Este se hallaba en guerra con Lapu Lapu, jefe de la isla de Matcán, situada frente a la de Cebú. Magallanes decidió tomar el partido del nuevo cristiano, Humabón, y desembarcó en Matcán, acompañado por unos cincuenta hombres (27 abril 1521). Una lluvia de flechas los recibió y los españoles huyeron rápidamente hacia su embarcación. Magallanes, cojo y chapoteando en el cieno, se quedó solo y los indígenas de Matcán le dieron muerte. Humabón, a ver que los españoles volvían sin su jefe y comprendiendo que no eran invulnerables pese a los amuletos de su religión, les preparó una trampa y dio muerte a unos veinte. Carvallo, el ayudante de Magallanes, decidió proseguir la expedición. Pero, como sólo podía contar con 108 hombres, número insuficiente para maniobrar las tres naves que les quedaban, ordenó quemar una de ellas, la Concepción.

Llegaron luego a la costa nordeste de Borneo, en donde uno de los sultanes los acogió amistosamente. Se dirigieron después hacia el Sureste, para cargar sus bodegas de especias; hicieron escala en Timor y llegaron a las Molucas, en donde los portugueses allí establecidos les hicieron saber que una flotilla de Portugal les estaba buscando para capturarlos. Se apresuraron a huir, abandonando otro navío, el Trinidad, que hundieron ex profeso. Ya únicamente quedaban 47 hombres, al mando de Juan Sebastián Elcano. El 11 de febrero de 1522, Elcano salió de Timor en dirección al cabo de Buena Esperanza. El 9 de junio llegó a las islas de Cabo Verde, ocupadas por los portugueses. Nueva huida. Y, por fin, tras una dramática travesía, entraban de nuevo, el 6 de septiembre de 1522, en la bahía de Sanlúcar.

Con esto se demostró la esfericidad de la tierra y se abrieron para España las rutas de oriente. Carlos V revendió las Molucas a Portugal por trescientos cincuenta mil ducados. Los derechos legados a Magallanes no pudieron transmitirse a sus sucesores porque todos murieron prematuramente. Sólo le pudo suceder brevemente su suegro Barbosa. Faleiro, su asociado un tiempo, fue apresado al llegar a Portugal. Aranda, que le allanó el camino, envuelto en infamantes inquisiciones, pierde todo el dinero que por Magallanes había arriesgado. Enrique, a quien había prometido la libertad, vuelve a ser tratado como esclavo. Mesquita, su primo, es aherrojado tres veces por haberle sido fiel; Serrão y Barbosa le siguen en la muerte con pocos días de diferencia.


El viaje alrededor del mundo:
El hombre que tuvo el coraje de cambiar la historia. Por Giles Milton:

[...] Fernando de Magallanes, un caballero de gran temple, el cual sostenía desde hacía mucho tiempo la creencia de que existía una ruta mucho más rápida hacia las Islas de las Especias que el largo viaje alrededor del Cabo de Buena Esperanza, y estaba seguro de que Cabot había acertado al poner proa al oeste a través del Atlántico. En su juventud, Magallanes había viajado a las Indias Orientales, y ciertamente habría regresado allí si las circunstancias se lo hubieran permitido. Pero tras participar en un campaña militar en Marruecos, le acusaron de traición y el rey portugués le informó de que ya no necesitaba sus servicios. El rey Manuel había cometido un grave error al despedir a Magallanes, pues éste era un navegante experto y había estudiado a fondo las teorías geográficas de su época. Argumentaba que el único motivo de que Colón y Cabot no hubieran encontrado las Islas de las Especias era que no habían hallado un paso a través del continente americano. Magallanes viajó a la corte del emperador Carlos V de España en 1518 e informó al emperador de que las islas Banda y las Molucas [eran] el único almacén natural de la nuez moscada y el macis. El rey comprendió de inmediato que Magallanes le ofrecía la mejor oportunidad de poner a prueba la posición al parecer invencible de los portugueses, y le asignó el mando de una flota que zarparía hacia el sur a lo largo de la costa brasileña, buscaría un paso par acceder al océano Pacífico y luego navegaría hacia el oeste hasta llegar a las islas de Banda. Es una suerte que Magallanes llevara consigo a un experto llamado Antonio Pigafetta, quien registró fielmente todo lo sucedido en aquella histórica primera travesía española a las Islas de las Especias. El diario de Pigafetta, a su vez, llegó a manos del culto vicario inglés Samuel Purchas, cuya monumental antología de las exploraciones, Purchas His Pilgrimes, inspiraría a los mercaderes aventureros ingleses. La travesía de Magallanes empezó con buen pie: se abasteció de nuevo en las islas Canarias, cruzó el ecuador y llegó a la costa sudamericana al cabo de tres meses. Aquí, el rencor de que se había ido incubando entre la tripulación española y su capitán portugués estalló en un motín, y Magallanes se vio obligado a ahorcar a los perturbadores en un patíbulo levantado a toda prisa. Entonces cesó el motín. La atención de los restantes amotinados pronto se desplazó hacia el comportamiento extraordinario de los nativos, entre ellos los pobladores, altos como gigantes, de la Patagonia, de los que observó Pigafetta; "Cuando están enfermos del estómago se meten una flecha hasta media vara garganta abajo, lo cual les hace vomitar bilis verde y sangre". Su remedio para los dolores de cabeza no era menos espectacular: se hacían un corte en la cabeza y así libraban la sangre de impurezas. Y en cuanto percibían los primeros fríos del invierno, "se ataban con cuerdas de manera que el miembro genital quedara oculto en el cuerpo". Un año después de haber zarpado de Tenerife, el barco de Magallanes avanzó lentamente por el estrecho que hoy lleva su nombre y penetró en las cálidas aguas del Pacífico. "Estaba tan contento que las lágrimas brotaron de sus ojos", escribió el redactor del diario de la expedición. Magallanes había estado en lo cierto desde el principio: ahora sólo tenía que seguir las brisas cargadas de aroma de especias hasta las Indias Orientales. Por desgracia, no era tan sencillo. Al igual que la mayoría de los exploradores de su época, Magallanes no tenía ni idea de las enormes distancias que debía recorrer y, cuando llevaba más de tres meses en alta mar sin avistar tierra, los tripulantes empezaron a padecer hambre. "Habiendo consumido todas las galletas y otros víveres, cayeron en tal estado de necesidad que se veían obligados a comer los restos pulverizados que quedaban en los barriles, ahora llenos de gusanos y hediondos, como la orina, debido al agua salada. El agua potable también estaba putrefacta y se había vuelto amarilla". Pronto incluso los restos agusanados se terminaron, y los hombres se vieron obligados a "comer trozos de cuero, que rodeaban ciertos grandes cabos de los barcos, pero esas pieles eran muy duras, debido al sol, la lluvia y el viento, y las sumergían en el agua, pendientes de una cuerda, durante cuatro o cinco días, a fin de ablandarlas". No era ésa una dieta para hombres enfermos, y pronto se cobró su tributo:

    "Debido a esta hambruna y a la sucia alimentación, a algunos las encías se les hincharon tanto sobre los dientes que murieron atrozmente de hambre".

A pesar de las terribles penalidades, los barcos prosiguieron su lento avance hasta llegar a las Filipinas, donde los hombres supieron que se estaban aproximando a su objetivo. Pero Magallanes no estaba destinado a ver las Islas de las Especias, pues cometió el error de involucrarse en una lucha por el poder local y murió en la refriega. Su muerte fue un golpe devastador par todos los supervivientes, y Pigafetta, conmocionado, se esforzó por expresar el sentimiento que les había causado su pérdida: "Allí pereció nuestro guía, nuestra luz y nuestro apoyo". Tantos hombres habían muerto que se tomó la decisión de abandonar uno de los barcos. Los buques restantes zarparon hacia la más septentrional de las Islas de las Especias, y avistaron el cono volcánico de Tidore, cubierto de clavo, en la primera semana de noviembre de 1521. De repente las descripciones pintorescas que caracterizan el diario de Pigafetta adoptan un tono más práctico. Los hombres de Magallanes habían recorrido medio mundo a fin de hacer fortuna, y a lo largo de varias páginas Pigafetta registra todos los pesos y medidas concebibles que se usaban en la isla. Cargado con veintiséis toneladas de clavo, nuez moscada y sacos de canela y macis, los dos barcos restantes de la expedición abandonaron finalmente las Islas de las Especias en el invierno de 1521. El Trinidad no llegó más allá del puerto: deteriorado, embarcando agua y con una sobrecarga excesiva, necesitaba grandes reparaciones antes de efectuar el viaje de regreso. Tras una emocionada despedida, el Victoria zarpó en solitario. Los hombres se enfrentaban a un espantoso viaje de regreso, y más de la mitad murieron de disentería. Pigafetta, diligente como siempre, anotaba cada enfermedad y muerte, e incluso le parecía digan de mención la manera en que los cadáveres flotaban. "Los cuerpos de los cristianos flotaban con la cara hacia el cielo, pero los indios lo hacían boca abajo". Nueve meses después de haber partido de las Islas de las Especias, el Victoria llegó por fin a Sevilla y, tras anclar frente al muelle, "descargó toda su artillería en señal de júbilo". Aunque la tripulación estaba medio muerta y Magallanes había sido enterrado mucho tiempo atrás, el emperador Carlos V no cabía en sí de gozo, y una de sus primeras acciones fue honrar al capitán, Sebastián Elcano, con un escudo de armas en cuyo diseño figuraban tres nueces moscadas, dos palitos de canela y doce clavos. (Giles Milton)


Francisco Antonio Pigafetta (1485-1534):
Navegante italiano nacido en Vicenza; llegó a España en 1518 como acompañante del embajador pontificio Chiercati, donde, conocedor del viaje que Magallanes estaba ultimando en Sevilla, se alistó como sobresaliente en la nao Trinidad. Herido en Mactán, fue uno de los 18 supervivientes que regresaron a España. Hacia 1524 escribió su relato de la expedición.

Juan Sebastián Elcano Juan Sebastián Elcano (1476-1526):
Fue el primero en dar la vuelta al mundo. Bajo el mando de Magallanes, un grupo de naves van en busca de un paso al mar del sur, a fin de poder llegar a las Indias a través del océano Pacífico, sin tener que dar la vuelta al continente africano. A la muerte de Magallanes en las Islas Filipinas, Elcano toma el mando de la expedición como capitán de la nave Victoria. El 27 de Diciembre de 1521 la flota española parte hacia España. Por fin, el 9 de Noviembre de 1522 logra llegar a Sanlúcar de Barrameda. Sólo 18 de los 265 que partieron de España lograron sobrevivir en los tres años que duró la travesía. Elcano fue honrado con un escudo de armas y un globo terrestre con la inscripción latina Primus circumdedisti me (Fuiste el primero que me diste la vuelta)

Los Mártires de Tazacorte

El corsario Jacques Sourie, a bordo del navío de guerra “Le Prince”, pudo interceptar al galeón de los jesuitas cuando éste se aproximaba a la Punta de Fuencaliente, aprovechando los vientos favorables que le venían del mar por la parte del naciente. Esto sucedió al amanecer del día 15 de julio. A los disparos de intimidación por parte de los piratas, les siguen los intentos de abordaje. Mientras tanto, los otros navíos del pirata se iban acercando al galeón “Santiago”. A la orden de Sourie, de los cinco barcos franceses saltaron salvajemente sobre el galeón portugués, unos piratas armados ávidos de sangre y riquezas. Nada pudieron hacer los tripulantes y los jesuitas. Todos iban sucumbiendo ante tal atroz ataque.